viernes, 21 de septiembre de 2012

La amenaza del silencio




¿Cuánto duró? No sabíamos el motivo, no sabíamos siquiera el lugar de nuestro destino. Simplemente el paraguas era el guardián de nuestro silencio.

La hoja, verde y orgullosa, desde lo alto de un tocón nos observaba día tras día. Algunas veces madrugaba, otras simplemente se despertaba con el barullo de nuestras risas. Es posible que algún día ni siquiera terminara su ducha de rocío antes de echarnos en falta. Mas bajo el abrazo del sol nuestro paseo amparaba. Envidiosa por naturaleza, pues su color celoso portaba, se preguntaba que había que hacer para tener una vida así. Nos veía de vez en cuando sentarnos bajo la copa en el banco. Contemplaba nuestros besos y caricias. Y la hoja le suplicaba al viento. "¡Sopla con fuerza! ¡Quiero ir con ellos, quiero ver a donde van cada día! ¡Quiero encontrar aquel lugar que ellos llaman amor!" Mas el viento, consternado ante sus palabras, resignóse a decirla: "Pobre de ti, hoja, el día que te separes de este tocón...Pobre de ti, hija, pues si lo haces no podrás vivir."

La hoja estaba atada a su sino, atrapada en su seno. No podía evitar vernos, no podía evitar sentirse celosa de nuestra felicidad. Los días pasaban y cada vez le costaba más levantarse. Un día empezó a sentirse diferente. Un día empezó a perder la fe. Un día supo que su final había llegado. Su piel se había arrugado, tornado marrón, el color de aquellos que lacran su destino. Vieja y moribunda, aceptó su final encantada, y se dejó llevar por el viento.

Poco a poco caía. En el momento en que su cuerpo inerte se posó en el suelo una lágrima cayó sobre ella. El cielo plañía mientras que nosotros nos perdíamos en el tiempo. No hablábamos. Sólo caminábamos bajo la lluvia. Nuestra ruta no tenía final. Mentíamos nuestro destino con los besos. Descansábamos sólo por olvidar andar. Pero al ver la muerte de una hoja en otoño, sinceramos nuestras almas. No reíamos. No llorábamos. Simplemente caminamos sin rumbo bajo un llanto eterno. Sin palabras, con el paraguas protegiéndonos de nuestro propio silencio.

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