miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mabon



"Contemplad el misterio. En silencio se gana la semilla de la sabiduría."

Los árboles, artistas por ahora, alzan sus ramas pintadas y graban su marca en el gran lienzo limpio del bosque. Una estrella amarilla, una extensión del mismo atardecer. De la almohada de plumas que aún no son blancas una pequeña espiga se desperezó. Semilla en su tiempo, había nacido como el fruto de un amor vegetal y fabricado. Tuvo que soportar el hielo de la soledad unos meses, tres quizás. Mas el calor del sol no fue el artífice de su humanidad desbocada, por ironía tal vez, sino una persona, por chatarra su corazón y hiedra su esternón. Las vides debía guardar y las espigas conservar. Su mirada era perniciosa y apagada, maliciosa y entregada. En los huecos de su amor no cabía más pasión, los pájaros le traían dolor. La espiga enamorada su nombre le preguntaba, y el pobre hombrecillo, quieto sin camino que seguir, parado en el destino, sin futuro ni pasado, ni tiempo calculado, contestaba que nadie era para tener nombre, ¿qué nombre era un nombre?  Nieve, flores y sol, luna y sin embargo calor. La espiga alto creció, alcanzó la rodilla, la cintura y su corazón. El hombrecillo llenó esos pocos huecos de sueños sin huesos. "¿Una espiga, por qué no? Si tampoco está tan mal. Yo, impasible y vacío, con la mirada en el horizonte. Y ella, sin embargo, creciendo y creciendo, tocando mi corazón desgarrado por mi mera existencia. Quizás no haya mujer para mí en la distancia que nunca puedo alcanzar, pero junto a mi tengo todo lo que puedo desear. ¿Es acaso necesario eso del viajar? Si de tanta gravilla desgravada, de tantas tierras allanadas, una sencilla espiga igual no encontrarás. Si de cientos hay en miles, pero en miles no hay ninguna más." Los duendes que escupen toda mora en la emoción decidieron que era ya la estación. Otoño, donde las hojas mueren en vida. Otoño, donde los duendes cortaron la espiga. Apagada y somnolienta, su alma se extinguió...no podría jamás escapar. El hombrecillo gritó al vacío donde la espiga cayó. Aceptando su sino, miró hacia el horizonte de nuevo y lloró sin nada que llorar. Escapó sin escapar. Y calló sin callar. Los pájaros le perdieron el miedo, en él hicieron su morada. Envidia el volar. "¿Por qué ponerme un nombre ahora que dejé de existir? Llamado espantapájaros nací, mas si ya mi propia existencia perdí, ¿por qué voy a vivir?" Y nadie acaso notó su corazón inexistente perderse en el vacío, mas su luz apagada poco a poco se desvaneció, y muerto al paso del tiempo sobrevivió.