miércoles, 21 de diciembre de 2011

Yule



Me solían decir que las estrellas estaban hechas de pequeños deseos. Era lógico pensar que algo tan hermoso sólo nos la pudiera traer la luz. Y la luz se nos escapa estos días, a medida que las estrellas brillan. Cada día, la noche devora más y más, y transforma la luz del sol en la de las estrellas. Pues los deseos solo pueden brillar cuando el vacío lo devora todo. La oscuridad nos atrapa...

Y piensa que mientras lees esto, una fugaz mujer atrapa las alas de una mariposa en su red de oropel. Un hombre pesa su dolor en la balanza de una nueva vida, y descubre que no merece la pena venderla. Gritos ahogados bajo el hielo nos traen el frío dolor de un arco iris que en este día nublado no se verá. Y no se lee nada. Pero, una duda pende junto a la espada de Damocles que sobre la cabeza soportáis: ¿es cálida el alma? ¿Puede el hielo congelarla? Milenios han pasado y la duda sigue igual. Ni el gorro frigio o el león abierto la duda superarán, ni la cruz ni el muérdago donde esos nostálgicos jóvenes se besarán.

También decían que una estrella fugaz cae cada vez que un deseo se desvanece. Quizás...por eso pedimos nuestro propios deseos al verlas, para que la oscuridad de la noche no se lleve nuestra esperanza y que los deseos nos sigan iluminando con su luz.

domingo, 4 de diciembre de 2011

De tu voz infernal



Esa luz que cruza tras esa ventana que no ves. Esa voz muda que tanto te gusta repetirme una y otra vez. Esos ojos tristes que alegres marcan un deseo. Ese miedo infundado que no tiene teoría alguna. Esa marca rosa que enfatiza tu camino acantilado. Ese baile celestial que tu y yo bailamos bajo la luz del sol de medianoche. Paso a paso, toque a toque. Canto a canto, cara a cara, bajo la misma cruz de una moneda que no cae en las lentes de tu misericordia. Y GRITA! GRITA! GRITA! CANTA! Salta tus propias leyes. Véndeme, deseada estás de ello... 

Estoy en el banquillo de tus dulces caprichos. Sabbath a sabbath de tus propios compromisos. Cantando las notas olvidadas. Baila... Nunca dije que le tuviéramos miedo a la muerte que ya está olvidada como un recuerdo repetitivo de nuestra alma reminiscente. Esa estrella fugaz se apaga, que tu voz soleada nunca sea nada. Fuma del humo de la jaula de la fiera que es tu boca. Sufre del destino de esa mente que siempre o nunca se equivoca. Salta y salta y salta y salta las vallas de la convención establecida. Y entonces se convence de que algo va mal. De que la caída no es normal.

BAILA! BAILA! Pega ese salto infinito. CORRE! CORRE! ¡Destruye el cielo con tu grito! Que nada se interponga en el camino de esos ojos de baterías apagadas que electrocutados por agua se quedan desesperados. Esto no es así. Como te fuiste y me dejaste aquí. Piensa que es un baile que tu y yo podemos bailar, el baile de la muerte nos va a tumbar. Vive y se feliz... Muere y déjame llorar...