martes, 21 de junio de 2011

Litha


Hay veces que sí, a pesar de lo que pueda opinar mi propia mente, me decido por escuchar el rumor de la crepitante hoguera que se enciende por estas fechas. El fuego fue el mensajero de la última voluntad de todos cuantos terminaron su existencia en él, el fuego guarda todo lo que dejamos en esta vida y lo lleva sobre sus llamas. Es gracias a ello que con su luz descubre todo lo que oculta nuestra alma insensata, todo lo que guarda con recelo para evitar ser quemado por la luz de la noche. Y es, pues, que al fin y al cabo, todo lo que ocularmente imposible es, en realidad no lo es, y lo que es, no es nada. Es solo la misma razón por la cual miramos indecisos, protegidos por una fina capa de húmeda maceración, a los restos cenicientos de la hoguera que antes saltamos para alejar los males del día que vuelve a nacer en verano, una vez más. Es el de ese fuego que quiere ser sol en la noche, y que quiere serlo en nuestro corazón. Vuelta la mirada al campo, se descubre que las semillas de la gloria no han crecido todavía, y que el campo sigue lleno de rastrojos del verano anterior. Pero estoy cansado de recoger las hierbas únicas que cosecho, qúemalas, vuelve de nuevo a la razón. Aún queda el campo por regar, tábula rasa para este verano, tábula rasa por el anterior.

martes, 7 de junio de 2011

Carta desde el quizás allá



Así pues, no se como comenzar. Quizás podría decirte que sigo buscando la paloma de cristal. Quizás podría empezar pidiéndote que no busques arriba o que no escales la montaña de la ribera, porque no me hallarás. Sólo podrás verme en el reflejo del río o en el arco iris que forma la nieve al sucumbir a la luz del sol. Podrías correr deshojando margaritas con el viento que se levanta a tu paso o envenenar con amapolas las ruinas de un abrazo. Podrías recorrer la escalera interminable de la torre y golpear la campana del lamento. Y no escucharías nada... El repiqueo incesante se clavaría en tu mente sin sonar, golpe tras golpe, estocada tras estocada, como la promesa de un recuerdo lejano. No mires, tápate los oídos y corre, sólo necesitas encontrar un nuevo amanecer. Observa como en la noche no hay sombras, sólo existen cuando las engendra la luz. Espera a que salga el sol y fúndete con ellas. Túmbate, deja que su opacidad te arrope y calme tu espíritu. Camina, sigue buscándome y no me hallarás, pues ha sido ya lo ocurrido, y lo ocurrido, ocurrido está. En cambio, cálmate y descansa, yo no soy de este mundo, no vivo en el tuyo, pero soy el alba de tus sueños, en ellos existo. Me sigo sentando en el columpio que se balance, mis recuerdos pesan tanto que aún te puedo mover y arrancarte una sonrisa de nostalgia. Duerme y vive, y muere despierto en esa hora, la hora de volvernos a encontrar. Pero dicho todo esto, aún no se como comenzar...