martes, 17 de enero de 2012

Alcalá Princesa


Dígase de la dicha plena, que es inalcanzable. Sin duda, el premio de esta vida no sería tan fácil de obtener. Mas no faltó la comprensión cuando ella apareció. Preciosa Alcalá Princesa. 

Una simple fractura de cristales: el sonido de la ruptura de tu alma. Tu muerte egoísta no exculpaba las penas de tu amado. Las cadenas de tu alma libre buscaron su oficio en mi pesar, ser de su propia condena. Tiempo atrás que la luna observó mis lágrimas sembradas en la tierra de la impotencia mal cuidada. La muerte, para mi, no era más que la macabra poesía de tus labios cortados, el septeto de tu cielo anhelado. La nescencia de tu amanecer convivía con la elocuencia de tu ocaso. ¿Quién iba a saber, encantada de conocerme, que ibas a ser las llaves de mis sentidos que no te conocieron? ¿Que la razón sería la fuente de mis conmociones de fuego y trueno? El impulso romántico, amén de mis concepciones, te llevó a la calzada de Caronte donde tu hebra de lino se cortó. El segmento de tu vida se clavó como aguja en mis venas congeladas de ese frío invierno en el que tu recuerdo, inmortal, fue lo único que quedó aquí, esperándome como te esperaba yo a ti. Y nunca apareciste.

De mal enjuiciada mente sería la mía por culparte a ti. Los muertos deben descansar por fin. El alma ha de ser ligera para florecer en felicidad. Yo cargaré con tus lágrimas caducas. ¡Se libre cual cigüeña que anida su hogar en el lugar donde cualquier hombre sueña con alcanzar! Ya no hace falta que te preocupes por mi, por favor. Mis tizonas alas blancas contaminadas de las inyecciones de los recuerdos no estarán solas sin ti más. Y sí, así es. Llegó perdida una noche de verano, como el siroco que lamía el umbral de la puerta. Sus cabellos alisios brillaban como la aurora, rojos y entrecortados. Ambarinos sus ojos eran como soles, y lunas sus pechos de plata cantada. Llanto de historias lejanas de sordos oídos, ciegos ojos ante la mudez del tacto en tu rostro. Aroma del gusto de sus labios que no tardé en degustar enamorados. Quizás, no me engañes, tu legado venga del supramundo, en forma de heraldo del amor perdido bajo la lluvia a la que los gatos mayan. Alcalá Princesa, la llamaban las palabras del olvido: Alcalá, digna de tan fortaleza, la cuna de su amor, y Princesa que de real se mesa, por ardor de ser hija del rey Sol. Del nombre innómito cantaban los pájaros encarcelados en sus cuerdas harpadas, el sonido de sus liras expresaba la emoción de ser pensada. Se dedicó a, mientras no la miraba, dibujar una sonrisa en todas mis fotos solitarias y melancólicas. Cuidaba de tus flores en tu honor, mientras abonaba la rosa en mi corazón. Convertía en sueño mi vida y en pesadilla no soñar. Era preciosa, ¿qué más? Pero con el tiempo el destino me escogió con desatino.



Llegó el día en que la abracé y se desvaneció en pétalos de margarita, de esos de "¿no me quiere? Las flores, de repente, se apagaron y se convirtieron en el cadáver que se reflejaría todos los días en mi espejo y en mis ojos. La marca de las sonrisas se fue desvistiendo en lágrimas tintadas de dolor. El sonrojo de sus mejillas quedó grabado en el rocío de la entrada por la que entró en mi boca. Mi vida, sin saber, dudando ni sol ni luna, en eclipse se quedó. ¿Qué fue de la huella de sus labios en mi frente, la marca de las estrellas? ¿Dónde se quedó el licor de sus hálitos más sinceros? Inspirada llegaste, suspirada te fuiste. Las páginas blancas que en mi vida tu pintaste pasan año tras siglo viviendo sobre ti. A tu tumba no existente llevo flores marchitas como tu recuerdo inminente. Sois la marca de dos fantasmas sin saber cual real, sino mal que dos dragones espectrales escapaban volando en el éter de tu imaginación compartida. Que tus sombras ni yacerán ni nublarán en mi memoria. Es la bella: Alcalá Princesa, que de entrañas pasionales fue formada, perdióse por mis amores y en mi calma fue encontrada. Que ni mil naves aqueas podrían robar su figura digna de nubes, ni un colosal equino engañaría mis ojos tales como lo engañé yo, al verla entrar en mi casa esa noche de verano, dulce, irisada, graciosa y soñadora...



Y recordarás que hubo un tiempo que estuviste junto a mi, ¿verdad? Antes de abandonarme otra vez y de que me marche de este bello mundo onírico, me gustaría pedirte un deseo. ¿Está allí? ¿Sí? ¿La pequeña Alcalá Princesa? ¿Es justo que haya un limbo para las perfectas delicias sin cuerpo? ¿Quién dice que se ama con los ojos y no se ve con el corazón? Pequeña, curiosa y dulce, alegre y conquistadora, carioca que puede existir si tanto lo desea. Dibujemos pues el resto del camino que no queda en el lienzo, de azul celeste el cielo, de verde esmeralda todos prados y bosques, de áureo amarillo el astro rey y de argentina albura la madre de todos nuestros sueños. ¡Y, sin pensarlo conveniente, lanzaremos la flecha de Iris al crepúsculo! ¡Iluminemos el melancólico mundo que, gotita a gotita, de nubes y de esperanzas rotas, llora la tristeza de este viaje que tu viniste a bien caminarlo con mi candor de fontana! Pues mi convención, y no me cabe duda en esto, me obliga a convertir bajo tu mirada desprendida tu elegía agnósica en oda memorial. Y me impone ver los hielos en mis labios cual sal en las heridas de mis propios ojos consternados. Trazo a trazo, verso a verso, mil abrazos y aún más besos. Y escríbela, con las plumas de mis penas y la tinta de mis lágrimas, que aún me quedan sus pétalos espejismos con cariño conservados. Y que, si decides regresar alguna vez en tu corta vida ya sincerada, te esperaré durmiente y con un "te echo de menos" carvado en la mesa, pequeña...Alcalá Princesa.

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