viernes, 25 de marzo de 2011

Las lágrimas del viento

El viento corre...todo lo agita...Mas creemos que el alma no se estremece ante él, pero es lo primero que encuentras. Después te hace cerrar los ojos...y escuchas. Tu boca se cierra...y sientes. Por último...respiras hondo. Cuatro sentidos son necesarios para entenderlo: oído, tacto, olfato, y ese cuarto que todo el mundo y a la vez nadie conoce, ni yo. Es único para cada persona. Es único para cada ser. Las hojas de los árboles primaverales nacen y cantan canciones para el viento. Éste las cuida y las mece lentamente. Sabe cuál es su destino, sabe que llegará el día en el que, decoloradas ya por la experiencia, tendrá que observar impotente como se entregan a él muriendo para que sus hijas puedan ver la luz del sol en el futuro, sin dolor alguno para ellas. Las hojas sonríen inocentes viendo como las flores se perfuman y juegan a ser mariposas con ellas, y el viento culpable le pide a la dama del agua, suplicante, que expíe su culpa. Ésta no parece escucharle ni hacerle caso, así que el viento, desesperado, grita y duerme. Pero cuando llega el amanecer, las hojitas pequeñas despiertan lentamente y se encuentran con un regalo: una gotita de agua que refleja su alma, una amiga con la que jugar hasta que el sol reine la colina. El viento, desconcertado le pregunta a la dama: "¿Por qué?" Ésta sonríe y le dice: "Éstas son, sin duda alguna, tus lágrimas. No podrás jamás evitar ver el final de tus queridas hojas: la naturaleza lo quiso así. Pero ese sufrimiento no será en vano, ya que harás que el amanecer de sus vidas sea, por siempre, el más hermoso y envidiado de todo ser. Sufre, llora, ríe y sobre todo canta, canta para que nadie olvide tu memoria. Canta para que las hojas beban del rocío de tus lágrimas y duerman de tu sonrisa, todavía queda mucho para que el tiempo las vista de su luto marrón. Y cuando así sea, tiende tu mano para que recuerden que son hijas del viento." Éste, alegre y acicalado con el perfume de las flores, acaricia las hojas queridas y da vida a los pequeños brotes verdes. Y yo, comprendiendo a mi sibila y agradeciendo su cantar, abro los ojos. Abro la boca. Me agacho sigilosamente y pruebo el rocío. Es frágil como el corazón del viento, que todos los años llora, pero le pregunto a mi sibila...¿es de amor y alegría ya? Y la pregunto después: ¿cuál será la canción que ella escuche en el rumor de las hojas?...Ya no importa...tábula rasa, nada más.

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